Más sutiles, más inteligentes, más eficaces, los lobbies de las industrias contaminantes y despilfarradoras de recursos naturales, multinacionales y gobiernos de todo el mundo diseñan mentiras, calumnias (unas más complejas, otras más burdas) y estudios científicos fraudulentos con los que rebatir los argumentos del movimiento ecologista, al mismo tiempo que lo desprestigian y reducen su apoyo social.
Para empezar, ¿quién no ha escuchado nunca alguno de estos comentarios?:
Energía: NO energía nuclear, NO combustibles fósiles, NO megaembalses. SÍ eficiencia y ahorro energético, SÍ gestión de la demanda de energía (en lugar de aumento de la oferta), SÍ energías renovables, solar fotovoltaíca y térmica, eólica, minihidráulica, geotérmica, mareomotriz...
Agricultura: NO agroquímica, NO pesticidas ni abonos sintéticos. SÍ agricultura biológica.
Industria: NO procesos contaminantes, NO residuos tóxicos, NO medidas de final de tubería, NO materias primas no renovables, NO despilfarro de agua y energía. SÍ reducción en origen de los residuos, SÍ tecnologías límpias y eficientes, SÍ cuestionamiento previo de la necesidad social de un producto o servicio...
Como dice el escritor y naturalista Joaquín Araujo "aquí de lo que se trata es de ser o no amigos de la vida". Y, en todo caso, habría que preguntarse cuál es ese progreso en cuyo nombre se ha condenado a cientos de millones de personas a vivir al borde de la inanición, a miles de millones a la pobreza absoluta, y que nos ha llevado a una crisis ecológica global que amenaza nuestra propia supervivencia como especie. Aquí lo único que parece progresar es la desigualdad, la injusticia y la devastación de la naturaleza.
La idea oficial de progreso, la idea de crecimiento ilimitado, contradice una tesis tan simple como la de que un aumento indefinido, del tipo que sea, no puede ser sostenido por unos recursos finitos. A mediados de los 90, nuestros gobernantes, más allá de sus declaraciones públicas, siguen actuando como si los recursos de nuestro planeta fueran inagotables, cuando la cruda verdad es que estamos empezando a rozar su agotamiento. Es hora pues, no de volver a etapas anteriores de civilización, sino de reconducir la nuestra.
Los diagnósticos sobre la crisis ecológica global que usan los ecologistas en sus argumentaciones proceden de instituciones tan "libres de sospecha" como el Massachusets Institute of Technology (MIT), el Worldwatch Institute, el Council for Environmental Quality (autor junto con otras muchos instituciones federales del informe Global 2000, encargado por el presidente de los EE.UU. por aquel entonces, Jimmy Carter, y fatalmente ignorado por la subsiguiente administración Reagan) o el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA).
El cambio climático inducido por las actividades humanas, quizás el problema ecológico global más grave, lleva más de 20 años siendo sistemáticamente negado por los responsables de tomar decisiones que lo subsanen: " no existen pruebas sólidas, habría que esperar a estar totalmente seguros antes de tomar medidas...". Los que afirman esto olvidan que:
En el mundo de la energía nuclear la intoxicación mental y la manipulación informativa están al orden del día. Esto es solamente una pequeña muestra.
Los promotores de la incineración de residuos han intentado e intentan apuntalar su despilfarradora, contaminante e ineficaz industria a base de la no menos tóxica contaminación informativa. Apoyan sus argumentos sobre estudios tan fraudulentos como los siguientes:
En 1984 un ingeniero experto en combustión, Floyd Hasselriis, presentó un estudio en el que demostraba la correlación inversa existente entre temperatura de combustión de los residuos en el horno de las incineradoras y la concentración de dioxinas en las emisiones (a mayor temperatura de combustión menor concentración de dioxinas, según Hasselriis). Hasselriis aseguró que para elaborar sus gráficas sobre las dioxinas había realizado una correlación matemática con 11 de los 16 datos publicados en un estudio sobre las emisiones de una incineradora canadiense.
Un año después, el Dr. Barry Commoner había obtenido resultados diferentes que mostraban que entre la temperatura de combustión y la concentración de dioxinas no existía ningún tipo de correlación. Ante las preguntas del Dr. Commoner, Hasselriis reconoció que sólo había usado 4 de los datos publicados por los canadienses, pero que en realidad, únicamente dos (!!) se ajustaban a la línea dibujada por él.
A pesar de que este fraude se conoce desde 1985, y de que posteriores estudios han confirmado esta ausencia de correlación clara entre temperatura de combustión y concentración de dioxinas, técnicos de la industria y de la administración siguen usando el trabajo de Hasselriis para defender con "estudios científicos de peso" la incineración.
Obviando escandalosamente los exhaustivos estudios sobre estas sustancias, realizados por la Agencia del Medio Ambiente de EE.UU. (que confirman su naturaleza cancerígena y potencialmente alteradora de los sistemas endocrino, inmunitario y reproductor), las autoridades sanitarias, gobiernos y organismos internacionales, continúan excusando su inactividad con la falta de consenso. Una actitud ya de por sí criticable debido a su falta de sentido preventivo. Para justificar esta falta de consenso refieren una serie de estudios remitidos por los representantes de la industria, en los que se demostraba que la exposición a las dioxinas no había incrementado los riesgos de contraer cáncer. Dichos estudios constituyen en la mayoría de casos conocidos y demostrados fraudes científicos. Entre ellos podemos encontrar los encargados por la industria sobre la incidencia de cáncer entre los trabajadores expuestos a dioxinas duarante los accidentes sufridos por:
En todos ellos se había "diluído" el número de trabajadores expuestos (y enfermos) incluyendo trabajadores no expuestos, con lo que se consiguió que no se encontraran diferencias significativas al comparar los dos grupos de trabajadores: expuestos y no expuestos (tal y como denunció un grupo de científicos estadounidenses en el Quinto Simposio Internacional sobre Dioxinas, en el primer caso, y la propia BASF reconoció en 1994, en el segundo caso, detectándose un aumento de hasta un 100% en la mortalidad por cáncer). Las compañías se evitaban así el pago de compensaciones a estos trabajadores.
Estos son algunos de los "exhaustivos estudios epidemiológicos" que siguen esgrimiendo lso políticos y técnicos promotores de la incineración para neutralizar los estudios que avalan la toxicidad de las dioxinas.